martes, 10 de marzo de 2009

Tiránicos e indomables

Tiránicos e indomables gritos que provenían de todos lados despertaron a Juan. Trataba de recordar lo que había hecho la noche anterior, pero su cabeza no le permitía ir más allá de los primeros vasos de cerveza y los partidos de truco que había jugado con sus amigos en el bar de en frente. Lo de siempre. Juan no tenía capacidad para retener una idea por más de diez minutos.
La cosa es que Juan cada vez que salía con sus amigos se despertaba a los gritos y con un leve recuerdo de las cosas, efímero, como si realmente hubiese dormido toda la noche anterior, pero sin siquiera recordar haber ido a la cama en algún momento. Era una especie de sonámbulo fiestero que todos los viernes iba de parranda al bar de en frente, La Casona de Blas, un ex piloto de las fuerzas aéreas que participó de la guerra por la paz en las Canarias, una pequeña ciudad ubicada en las orillas del lago Che Coman, al sur de la provincia del Estero Gigante.
Qué buena era la vida en las Canarias, solía decir el comandante mientras servía unos tragos en la barra. Nadie entraba en casa sin cerrar la puerta, no me pasaba el día entero lavando desechos, ni escuchaba los infernales gritos de estos cuatro mocosos. Por dios, se pasan toda la noche gritando truco y mirando el partido del viernes. No saben lo que es laburar de verdad.
Tranquilizate pelado, que si estos pibes se van el bar se funde en menos de un mes, le retrucaba Samanta su mujer, a quien el comandante había conocido una noche de excursión militar por las afueras de Canarias.
Juan y Blas eran como hermanos. Desde que Blas abrió el bar en frente de la casa de sus viejos, cuando Juan apenas tenía dieciocho años, éste decía presente todos los viernes en la Casona, su lugar en el mundo, donde vivía una especie de quimera de truco, amigos, fútbol y alcohol.
Como ven, la Casona ocupaba un lugar fundamental en la vida de Juan. De pequeño el barrio le parecía muy aburrido, había pocos lugares para jugar, las calles estaban siempre vacías y si se quedaba sin puchos tenía que caminar como siete cuadras para encontrar un kiosco. Hasta que un día apareció el comandante, instaló su bar y conquistó la atención de todos los vecinos del lugar, constituyéndose en el alma misma de la vida barrial.
Era tal la química que se había generado entre Juan y el bar ubicado en frente de la casa de sus viejos que resultaba imposible referirse a uno sin mencionar al otro. Todas las anécdotas los incluían. Las pocas noches que el comandante tuvo que cerrar el boliche, Juan no pegó un ojo. Sentía que le faltaba una parte de su cuerpo.
Así se iniciaba esta historia, una historia que involucra a un bar de mala muerte y a Juan, para quien la muerte significaba la total ausencia de ese bar.

La magia de la noche hacía que Juan volviera siempre a la misma hora y a los mismos fines: saludar al comandante y disfrutar de una buena picada de salames y aceitunas, cortesía de la casa. Esto es vida, decía Juan, mientras engullía salamines, no puedo creer que te andes quejando todo el tiempo, este lugarcito tuyo vale millones, es como un tesoro escondido, cuando lo encuentren la gente no va a dejar de venir, lo que pasa, pelado, es que vos tenés que meterle más marketing, un buen cartel en la vereda, de esos que hacen que la gente necesariamente tenga que ver tus ofertas, tus menús, tus hamburguesas, tenés que sacar algunas promociones buenas, que atraigan a la gente. Contratá una moza alta, morocha y de ojos verdes, de esas que prenden fuego la mirada, y te vas para arriba genio. Ni lo dudes. Eso sí, cuando estés allá arriba, en el gel de la noche, no te olvides nunca que estás ahí gracias a papá (que hace años compró esa casa que está en frente).
Juan no se cansaba de dar consejos a Blas sobre la administración del bar, pero éste no era más que un milico cojonudo y conservador que no se atrevía a tomar riesgos, nada de inversiones raras. De qué estrategia de marketing me hablas, ni qué ocho cuartos, si los libros no me cierran, Ves esta libreta, preguntaba, mi patrimonio es todo pasivo, si el único que viene diariamente sos vos y, encima, me comes todas las aceitunas, La gente no quiere soltar la plata, se sientan en el bar pero pretenden pagar por un café lo mismo que pagaban hace dos años y vos sabés cómo pegó la inflación, además estuve viendo el noticiero y parece que los índices son todos truchos, No hay estadísticas oficiales Juan, va a quedar un hueco estadístico en la historia.
Con qué estadísticas me saltás pelado, si tenés miedo de invertir decímelo y listo, pero recordá siempre que las personas que no se juegan por algo terminan siendo mediocres y justamente eso es lo que quiero evitar, por tu futuro y el de nuestro bar, digo, tu bar.
Además, siempre podés atraer inversores o sacar un crédito, Lo único que tenés que demostrar es que tu negocio es rentable para que la gente quiera venir a invertir en él o para que te brinden el crédito bancario. Yo no sé qué estuviste viendo por la tele Juan, pero todos los noticieros dicen que los bancos están de última, Corrida bancaria por acá, corrida bancaria por allá y cataplum, dicen que se les está cayendo el sistema Juan, y yo ni sé de que sistema me hablan.
Bueno pelado, si estás conforme quedate con lo que tenés, pero tu costo de oportunidad es muy alto, No puedo creer que no explotes esta joyita, Si estuviera en tu lugar le sacaría mucho más jugo, Por lo menos, ganaría el doble, Y no te vayas a creer que la inversión es muy fuerte, Con un par de miles bastaría.
Pero de cuántos miles me estás hablando Juan, No puedo invertir sobre un imaginario. Y, pelado, unos pares, yo diría que con ocho mil estamos hechos. Joder, Pero vos sabés lo que es el ahorro Juan, alguna vez juntaste esa plata, vos que te la pasas de bando en bando, tiñendo ropa en la lavandería de tu tía, ocho mil pelas es lo que ahorro en todo un año, y pretendes que los invierta en carteles.
Y sí, tampoco te estoy diciendo que cambies los muebles ni que pongas unos plasmas, con unos carteles en la entrada y unos manteles más lindos bastaría, mirá figurate esto arriba de la puerta un cartel luminoso con luces verdes que digan La Casona de Blas, su lugar en el mundo y de fondo una foto de la playa en Canarias, como esa que tenés sobre el espaldar de tu cama y te olvidás, el bar explota.
Lo del cartel, ahora que me lo decís, no me parece una idea tan mala Juan. Me gustó lo de su lugar en el mundo, esa frase puede pegar. Lo de la foto de Canarias mejor lo dejamos para la intimidad, pero bueno, lo del cartel puede andar, Tengo que ver cómo vengo de capital, cuánto podría gastar, Vos si sabés de alguien que sepa del tema y que sea recomendable me avisás Juan, que le pedimos un presupuesto.
Como ven las historias de Juan y de Blas se entrelazaban más y más con el correr de los años y lo que comenzó siendo un simple recuerdo de infancia terminó siendo un lugar en el mundo, aquél donde Juan y Blas mientras atendían a la gente podían disfrutar y trabajar al mismo tiempo, al son del bullicio de aquellos que acudían al lugar para comer las súper hamburguesas de doña Samanta, a quien la cocina le sentaba perfectamente. Todo estaba listo. El bar, tal como lo había previsto Juan, era un éxito. La fórmula imbatible era muy simple, con buena música captar un público joven y tener un lugar accesible a todas sus necesidades, videojuegos, los cuales consiguieron en una feria a cambio de unos platos viejos y dos docenas de hamburguesas, unos viejos clásicos libros traídos de casa y, por sobre todas las cosas, un ambiente sano, libre de maldad y malas vibraciones. La Casona de Blas dejó de ser un bar de mala muerte para transformase en uno que hasta es lugar en el mundo para algunas personas. Con tan solo abrir los ojos Juan descubrió una realidad, ajena para aquel que no quiere ver. La verdad reina por sobre toda las cosas.

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