lunes, 9 de marzo de 2009

Monólogo existencial

Eran las tres de la tarde. El sol pegaba contra mi ventana como nunca. Mis pensamientos daban vueltas en torno a los problemas que tenía. ¿Por qué a mi? -preguntaba- si traté de hacer las cosas bien ¿Por qué ahora todo se desmorona? Mi empresa está quebrada, los empleados me odian y, como si fuera poco, hace una semana terminé con mi novia.
En ese entonces me sentía totalmente perdido, hasta que un día me di cuenta de algo terrible: nunca en la vida había hecho algo que me colmara de gusto. Había basado todo en la mirada de los demás sin preguntarme sobre mis sentimientos. Debía hacer algo urgente para cambiarlo. Tenía esperanzas de empezar una nueva vida. Una en la cual pudiera hacer lo que quiera sin vacilaciones. En fin, tenía ganas de ser libre, de cumplir el anhelo de cualquier persona.
A partir de allí comencé a sentirme raro. Nunca me había imaginado que estos pensamientos iban a venir a mí de repente. Además, la idea de poder elegir me tenía atrapado. Lo lamentable, era que realmente no sabía de qué se trataba.
Al principio, creí que para estar bien con uno mismo lo necesario era hacer las cosas sin importar el pensamiento de los demás. Luego, llegué a la conclusión de que aquello era absurdo y contrario a las bases de toda civilización, ya que el hombre es llamado a vivir en sociedad y a interactuar con otras personas.
La libertad es una verdadera condena, pensaba. El hombre sabe distinguir lo que le conviene, pero en definitiva puede hacer lo que quiere. Y yo todavía no sabía lo que quería.
Llegué a replantearme cada aspecto de mi vida: mi verdadera vocación, el mal trato a los empleados de la empresa, la ambición por el dinero y el poder, la antigua fantasía de que con ello iba a conseguirlo todo, pero, sin embargo, vivía en una absoluta nada. Sentía que mi alma era una especie de no ser encarcelada en la materia y destinada al fracaso.
En ese momento logré ver una nueva verdad: las acciones pasadas de los hombres no les permiten volver a retomar el curso normal de su vida cuando uno ha hecho mucho mal. Resulta imposible construir el presente y programar un futuro sin atender la herencia del pasado. Por eso que estoy aquí pidiendo una nueva oportunidad. Creo que tomé una buena decisión.

Dale, Pedrito, abrime, que creo que acá arriba lo voy a hacer mucho mejor.

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