sábado, 4 de julio de 2009

Sobre la modernidad (con aportes fundamentales de Ramona)


"Dia de Piquete" de Karin Godnic

Hace algunos días inicié la lectura de un libro llamado “Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad”, de un sociólogo norteamericano, Marshall Berman.

En el libro, el autor comienza describiendo a la modernidad en los siguientes términos: “Hay una forma de experiencia vital –la experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y los peligros de la vida- que comparten hoy los hombres y mujeres de todo el mundo de hoy. Llamaré a este conjunto de experiencias la `modernidad´. Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx,` todo lo sólido se desvanece en el aire´” (Berman, 2008:1).

En este punto, debo confesar que jamás había leído una definición tan precisa sobre la modernidad. Una que la define, no solo como un simple período de la historia, sino como una experiencia, como una forma de vida que nos atrapa a todos por igual, nos une y desune, hace por lo menos 500 años.

En este sentido, no es casual que los inicios de la modernidad se den allá por los fines Siglo XV. La confrontación entre el tiempo y el espacio, si bien ya era discutida por los griegos en la antigüedad, en forma práctica comenzó a desarrollarse en la realidad a partir del descubrimiento de América, a partir de la confirmación de la teoría de que el mundo era redondo, a partir de que el conocimiento humano se expandiera ilimitadamente modificando todo el pensamiento contemporáneo a su época.

La modernidad, podemos decir, lanzó al mundo a lo desconocido. Con ella comenzaron a forjarse por primera vez los conceptos que hoy rigen nuestras vidas: el “sistema”, concebido como un todo ordenado hacia la deshumanización del hombre mediante tácticas supuestamente implementadas por organismos superiores a través de los años para oprimir al hombre y extraer de él su verdadera fuerza de trabajo a cambio de nada (o de poco, que es lo mismo), el industrialismo, el capitalismo, la evolución de las especies, entre otras.

Las ciudades, emblemas de la modernidad y espacio en la cual se expresa con peculiar intensidad, fueron ampliamente conceptualizadas. Simmel (1986:253) define la vida en las ciudades como: “En ella (en la gran ciudad) se encumbra en cierto modo aquella consecuencia de la aglomeración de hombres y cosas que estimula el individuo a su más elevada prestación nerviosa; en virtud del mero crecimiento cuantitativo de las mismas condiciones, esta consecuencia cae en su extremo contrario, a saber: en este peculiar fenómeno adaptativo de la indolencia, en el que los nervios descubren su última posibilidad de ajustarse a los contenidos y a la forma de vida de la gran ciudad en el hecho de negarse a reaccionar frente a ella; el automantenimiento de ciertas naturalezas al precio de desvalorizar todo el mundo objetivo, lo que al final desmorona inevitablemente la propia personalidad en un sentimiento de igual desvaloración”.

Nuestro mundo nace con la modernidad. Se nutre de los conceptos elaborados por civilizaciones antiguas para crear una nueva realidad que se extiende hacia todas las direcciones y confluye siempre en un mismo punto: el rol del ser humano.

Los principales artistas del renacimiento europeo, como Leonardo o Miguel Ángel o el Dante, representan importantes íconos del inicio de la modernidad. Su arte ha surgido como una manifestación hacia ese nuevo mundo que se les estaba presentando y no sabían definir. Un número indeterminado de objetos e ideas nuevas revolucionaba su entorno y su arte nacía como un manifiesto en contra de lo que, ya en aquélla época, podría comenzar a definirse como el sistema.

Es que el principal dilema de la modernidad es que el ser humano se siente atrapado por la realidad, pero a la vez se siente muy libre. Esa dicotomía entre libertad y represión es la que lo coloca sobre arenas movedizas, la que provoca que prime el escepticismo en las filosofías de vida y la que promueve que todos los fundamentos que eran considerados como sólidos se hayan desvanecido en el aire.

Justamente el hecho de que todo lo que sabemos o todo lo que tenemos tiene una existencia incierta, es indicativo de que muchos de los pilares sobre los que se encuentra asentada nuestra sociedad son de un significado frágil.

El individualismo y la autosalvación solo conducen al estado de guerra Hobbesiano. Recuperar las bases de un pensamiento colectivo, que fundamente y dé un marco para la vida grupal es elemental para superar las opresiones que los sistemas modernos plantean.

Bibliografía:

1. Marshall Berman (2008), "Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad", Siglo Veintiuno Editores, México.

2. Georg Simmel (1986), “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, Barcelona.

1 comentario:

  1. Muy bueno, Federico y Ramona. Noten ustedes que, del Renacimiento hasta acá, no han sido pocos los intentos de "romper" de algún modo con los efectos nocivos de la modernidad, negándola.
    El punto es que han fracasado todos, sin excepción, más allá que nos han dejado unas cuantas buenas ideas, y más de una bella obra, tal el caso del pensamiento romántico del s XIX o el "Flower Power" de los '60. Ni hablar del -para mí muy nocivo- "Fin de la Historia".
    Desde mi perspectiva creo que es importante rescatar los valores de la modernidad, el humanismo sobre todo, resignificándolos de modo tal de encontrar puntos de convergencia social que procuren respuestas y remedios a la alienación. No es fácil, obviamente. Pero se me ocurre que en el caso de nuestro país bien podríamos comenzar con la recontrucción de una ética de lo público, esto es lo que a todos nos pertenece e involucra.

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